Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti. Salmo 32:8
Hay momentos en nuestra vida en los que no estamos seguros a dónde vamos. Son instantes en los que, por ejemplo, no creemos en lo que Dios ya ha declarado sobre nuestras vidas. Perdemos la fe y como consecuencia, la dirección.
Hace mucho tiempo me sentía perdida, como cuando vamos por una carretera y de repente no sabemos a dónde ir, ni a quién seguir, o cómo ubicarnos.
Estaba en un momento en el que le preguntaba a Dios: ¿Cuándo será?, preocupándome demasiado por lo que Dios había dicho sobre mi vida. Sentía una voz como esas que anuncian otro capítulo de una serie: ¿Qué pasará con…?. Encontré la respuesta en el versículo que hoy leemos.
¿Cuántas veces queremos trazar nuestro propio mapa? Sabemos que Dios ha declarado varias cosas acerca de nuestra vida, pero nos dejamos llevar por las dudas y terminamos sintiéndonos perdidos.
Creemos que tenemos el timón del barco cuando en realidad el que se supone que lo tenga es Dios.
En este mundo hay millones de personas, y es normal que a veces nos sintamos casi inexistentes; que pasemos desapercibidos, que nadie nos vea, ni nos salude, ni nos pregunte cómo nos encontramos.
A mí me ha pasado. Por eso me hace bien este versículo. Me recuerda que Dios sí me está mirando y tiene cuidado de mí. Cuando recuerdo eso, encuentro dirección.
¿En qué dirección crees que va tu vida?, ¿Cuán frecuentemente meditas con el Señor sobre los planes que tienes? Siempre pídele a Dios dirección en tu vida, es preciso que marque el camino que debes seguir, pídele que quieres escuchar su voz con mayor claridad, que aumente tu fe, que quieres confiar plenamente en Él, sabiendo que todo lo que permite en tu vida es lo mejor.
Ustedes son la sal de la tierra….Ustedes son la luz del mundo. Mateo 5:13-14
Durante años entendí el concepto de la luz, pero no el de la sal. Leyendo algunos libros y la misma Biblia fui captando que en aquellos tiempos no existían ni las neveras, ni los congeladores. De la única manera en que se lograba mantener la frescura de la carne era “salándola”, porque la sal detiene el estado de descomposición.
Me paso los días escuchando a la gente criticar al gobierno, a la corrupción existente, al crimen, quejándose por la actualidad; incluso oigo a muchos cristianos criticar al “mundo” y a los “mundanos” alejándose de ellos como si fueran una peste y convirtiendo las iglesias en refugios para “santos” que se escandalizan de lo “carnal”. Pero no podemos culpar a la carne por descomponerse si nosotros no le echamos sal para que mantenga su sabor original. Esto quiere decir que Dios hizo todo bien, hizo a la carne rica y sabrosa, el hombre fue hecho de esta manera, pero Satanás, el mentiroso, el corrupto quiere corromper y descomponer todo.
Nosotros, los cristianos, no debemos ser solo coquetos saleritos eclesiásticos que están en la mesa como lindos adornos. Debemos estar ahí para salar la carne antes de que se descomponga.
No podemos responsabilizar a la carne por pudrirse, tampoco echarle la culpa al mundo por corromperse, o al diablo por corromper, lo que debemos preguntarnos es: ¿Dónde está la sal? ¿Dónde estaba yo? Algunos dicen: “Los cristianos no debemos meternos en la política, ni estudiar tal o cual carrera, ni ir a determinados lugares para no contaminarnos” ¡Mentiras del mentiroso! Nosotros debemos salar la carne porque somos la sal. También somos luz y cuanto más oscura esté la habitación, más necesidad tendrá de luz.
Salgamos a iluminar, no solo con palabras, sino con nuestras vidas. A la gente no le importa tanto lo que yo diga, o sienta; le importa lo que yo vivo, lo que realmente soy. Por eso en medio de esta oscuridad, nuestra luz debe brillar claramente a través de todo lo que hacemos. Seamos los protagonistas, seamos la sal y la luz de este mundo.
¿Qué pasa si la sal no sala? ¿Cómo puedes comportarte como sal y luz? Cuestiónate, yo le pedí a Dios hoy ocupar el lugar de sal y luz que les encomendó a los discípulos, que me ayudara a cuidar a los que me rodean para que no pierdan la frescura y puedan vivir en santidad. ¿Tú que le pides?
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