El corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos. Proverbios 14:30
Eran dos hermanos que lo habían tenido todo y ahora estaban en serios problemas económicos. Damián era el mayor y Miguel el menor. Este último continuaba agradeciendo a Dios por todas las cosas que Él le había dado día a día, mientras que su hermano, al escucharlo agradecer, se enojaba con él. Damián empezó a notar que la vida de su hermano menor era cada día mejor en su relación con Dios y que continuaba siendo feliz. Mientras que Damián empeoraba cada minuto. Así fue que la envidia comenzó.
Damián no podía soportar que su hermano disfrutaba la vida más que él, y por eso empezó a maltratarlo. Una noche Damián escuchó que Miguel le decía a Dios: “Gracias por la comida de todos los días y por la relación que podemos tener”, y al escucharlo, se llenó de furia.
Desde esa noche, en su mente empezó a convencerse de que Dios quería más a Miguel que a él, y este sentimiento fue en aumento hasta el punto de tener el deseo de golpearlo a su hermano. ¿Todo por qué? Porque Miguel era feliz a pesar de la situación y él no. ¿Acaso no tenían Miguel y Damián las mismas posibilidades de relacionarse con Dios? ¿No habían sido criados en la misma familia?
Sabemos que Dios no hace acepción de personas, y aunque unos y otros somos diferentes todos tenemos las mismas posibilidades de disfrutar de su amor. La diferencia entre Miguel y Damián estaba en su forma de asumir el problema que enfrentaba su familia. Miguel había aprendido a ser agradecido también en medio de los problemas.
Para que la envidia no se haga parte de nuestra vida debemos estar siempre bien bañados de agradecimiento y enfocarnos en las cosas que Dios nos ha regalado. Dejemos la envidia de lado y seamos agradecidos.
Nuestra vida se fortalecerá y podremos estar contentos en la escasez o en la abundancia, sin mirar peligrosamente a otros. ¿Cómo nace la envidia? ¿Cómo luchar contra ella?
Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improductivos. 2 Pedro 1:8
Cierta vez leí que Abraham Lincoln dijo: <<No tengo mucho respeto por un hombre que hoy no sea más sabio de lo que era ayer>>, y me llamó mucho la atención, ¿Crecer de un día para el otro?, me pregunté, ¿Es posible? Con el paso de los años me he dado cuenta de que sí lo es.
Es posible y hasta creo que se trata de una decisión que debemos tomar. A menos que elijamos concientemente crecer, la rutina y el ritmo de la vida de hoy van a hacer que naturalmente nos estanquemos. En la niñez y en la adolescencia nuestro cuerpo crece constantemente. También aprendemos cosas en el colegio y luego en la universidad.
Pero entonces llega un momento en el que crecer deja de ser algo natural que ocurre todos los días.
Por eso las personas más exitosas en todos los ámbitos de la vida han aprendido que crecer debe ser una decisión consciente. Porque a menos que lo sea, dejará de ocurrir “naturalmente”.
Hace un tiempo escuchaba a un amigo quejarse de que la educación termina siendo muy cara, y yo pensé para mis adentros que mucho más cara sale la ignorancia.
El éxito en cualquier área de la vida requiere que aceptemos nuestra responsabilidad. La nota común que se escucha en las partituras de la vida de la gente triunfadora es la de la decisión responsable. Estas personas no esperan a que les llegue la “Inspiración” para ponerse en marcha.
Hoy dan pasos firmes para ser mejores que ayer. Alcanzar un nivel más alto, aprender algo nuevo o aprender lo viejo mejor, depende de cuánto lo busquemos con decisión.
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